En la noche del 2 de marzo, en el Parque Central y cuando apenas se llevaban jugados siete minutos de juego, murió un sueño y empezó una pesadilla.
Una noche para el espanto. Interminable. Cruel. Lapidaria. Dolorosa para la gente que acompañó como siempre, que alentó como nunca. Devastadora para los que soñaban con ver el fútbol espectáculo. Para todos los que esperaban que Nacional creciera para recomponer el mal comienzo.
Una noche para el espanto. Interminable. Cruel. Lapidaria. Dolorosa para la gente que acompañó como siempre, que alentó como nunca. Devastadora para los que soñaban con ver el fútbol espectáculo. Para todos los que esperaban que Nacional creciera para recomponer el mal comienzo.
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