domingo, 1 de abril de 2012

MALVINAS 30 AÑOS




En marzo de 1982 las tensiones entre Argentina y Gran Bretaña en el Atlántico Sur habían subido en forma vertical debido a la presencia de operarios y militares argentinos en las islas Georgias del Sur, un sitio imposible no muy alejado de la Antártida.
La escalada fue promovida desde fines del año anterior por el gobierno argentino, que ya había resuelto tomar las armas para ocupar Malvinas y luego la zona del canal de Beagle, en el extremo sur del continente, en una guerra con Chile.
Era un proyecto muy ambicioso que, de salir bien, permitiría revitalizar a un régimen autoritario que se tambaleaba.
Los miembros de la junta militar: el teniente general Leopoldo Galtieri, jefe del Ejército y presidente de la República; el almirante Jorge Anaya, líder de la Armada; y el brigadier general Basilio Lami Dozo, jefe de la Fuerza Aérea, planearon tomar las islas, dejar en ellas una pequeña guarnición y apostaron que los británicos aceptarían los hechos consumados. Parecieron no conocer la historia. Calcularon que en el peor de los casos, si se producía un enfrentamiento y los argentinos lograban resistir, la guerra ingresaría en un impasse que derivaría en negociaciones diplomáticas y en la admisión del dominio argentino. La Royal Navy no estaría en condiciones de mantener mucho tiempo una fuerza respetable en el Atlántico Sur, con el invierno helándole las barbas y a 13.000 kilómetros de Londres, con el gigantesco desafío logístico que ello implicaba.
La operación argentina fue detectada a fines de marzo por los servicios de información ingleses y estadounidenses: incluso Ronald Reagan presidente de Estados Unidos, habló por teléfono en la noche del 1º de abril de 1982 con Galtieri pero no pudo hacerlo desistir.
En la madrugada del 2 de abril comandos de la Armada argentina, transportados desde sus buques por helicópteros y botes neumáticos, desembarcaron en torno a Port Stanley. Fueron seguidos horas después por un millar de hombres del Ejército y la Marina, que utilizaron vehículos anfibios. La pequeña guarnición británica, compuesta por unos 80 marines y algunas decenas de civiles, se rindió tras resistir durante algunas horas. Los argentinos, que sufrieron un muerto, se preocuparon por no provocar bajas británicas, al suponer que ello facilitaría las negociaciones posteriores. Al día siguiente se rindió un pequeño grupo británico en las Georgias del Sur ante las fuerzas del capitán Alfredo Astiz, el siniestro ángel rubio condenado en 2011 a prisión perpetua por secuestros, torturas y desapariciones de personas entre 1976 y 1978.
AL DIABLO CON LOS PLANES. Las fotos de soldados argentinos apuntando con sus fusiles a prisioneros británicos provocaron euforia en Argentina, conmoción en el mundo y furia en Gran Bretaña. La Plaza de Mayo se llenó de manifestantes que Galtieri arengó desde el balcón de la Casa Rosada.
Pero muy pronto las cosas comenzaron a marchar en sentido contrario a la apuesta de la junta militar argentina, que había cometido un gigantesco error de cálculo, a modo de un jugador compulsivo y apremiado.
Para empezar, la primera ministra Margaret Thatcher no dio la más mínima señal de debilidad, sino todo lo contrario. El gobierno fue avivado por su pueblo, que exigía acción. "El machismo de las mujeres es aun más sensitivo que el de los hombres", dijo el estadounidense Vernon Walters, uno de los tantos mediadores frustrados. Los británicos, por razones de prestigio, no podían tolerar que los humillara una potencia militar de tercera clase. También tenían razones de principios: habían sido agredidos; y razones estratégicas de largo plazo: si admitían el golpe de mano sobre Malvinas, ¿que cabría esperar de los españoles respecto a Gibraltar, o de los chinos ante Hong Kong?
Galtieri, un hombre cuyo sentido político era simple, admitió después ante la periodista italiana Oriana Fallaci: "Si bien una reacción inglesa me pareció posible, no creíamos que se movilizarían por las Malvinas (…). Juzgaba escasamente posible una respuesta inglesa y absolutamente improbable (una) tan desmesurada".
En segundo término, los países de la Comunidad Económica Europea, antecesora de la Unión, se alinearon con Gran Bretaña y bloquearon su comercio con Argentina.
En tercer lugar, y más importante, el gobierno de Estados Unidos no se mostró comprensivo con el gobierno argentino ni mucho menos, ni al fin adoptó una actitud neutral, como esperaba la junta. El secretario de Estado, Alexander Haig, realizó grandes esfuerzos de entendimiento, viajando de un lado a otro, presionando aquí y allá, pero fracasó. La intransigencia de las partes convenció a Ronald Reagan de inclinarse hacia Gran Bretaña, su aliado más importante en la Guerra Fría contra el bloque comunista. Reagan además tenía una fuerte afinidad personal e ideológica con Thatcher, a quien una vez describió como "el mejor hombre de Gran Bretaña". De hecho, los norteamericanos respaldaron a los británicos muy temprano, suministrándole misiles de última generación, información satelital y de inteligencia sobre el despliegue argentino, les ayudaron a descriptar las comunicaciones en clave de los argentinos, les prestaron parte de sus grandes instalaciones en la isla Ascensión, suministraron combustible y, finalmente, aplicaron sanciones económicas y políticas contra el régimen. Para Galtieri, que había coqueteado largamente con Washington, "la actitud de los norteamericanos se define en una palabra: traición".
Los estadounidenses dieron protección a los británicos contra la vigilancia de los soviéticos, que aprovecharon el conflicto para estudiar las acciones de enemigos potenciales. Tan importante como eso fue el suministro de la última versión del misil aire-aire Sidewinder, que dio a los aviones Harrier una clara superioridad sobre los aparatos argentinos, con misiles y electrónica más antigua.
En una cabriola mágica, el gobierno argentino, profundamente anticomunista y responsable del exterminio de miles de izquierdistas, estrechó sus vínculos con Libia, Cuba y la Unión Soviética, cuyos gobernantes se mostraron amistosos en un intento de pescar en río revuelto. Durante el conflicto obtuvo algunas armas, pese al cerco internacional, de Perú, Israel y Libia, entre otros.
CAMINATA BRITÁNICA HACIA LA VICTORIA
Dos escuelas. Los ingleses empujaron y apuraron a los argentinos, cuya defensa fue estática y en general irregular y poco competente.
LA GRAN TROMPADA. En general los ingleses mantuvieron la iniciativa, según la definición de "Sandy" Woodward, jefe de la flota británica en torno a Malvinas: "Empujar al enemigo, preocuparlo, molestarlo, apurarlo", en busca de sus debilidades y para provocar errores; pero también porque querían terminar la guerra rápidamente, antes de la llegada del invierno y de que el acelerado desgaste humano y material los pusiera fuera de combate.
Testearon las defensas enemigas en las Georgias, una zona marginal, y obtuvieron un rápido éxito, aunque más propagandístico que sustancial: los argentinos perdieron un viejo submarino y los 150 hombres de Astiz se rindieron tras un poco de fuego artillero. "Las Georgias del Sur fueron el aperitivo, ahora se trata de la gran trompada que viene detrás" declaró Woodward, lo que le valió una reprimenda de su gobierno y su posterior precaución ante la prensa.
Los argentinos tenían superioridad numérica en tierra, por lo que los ingleses no realizaron un asalto frontal a Puerto Argentino/Port Stanley, el núcleo duro y objetivo estratégico central. Primero pusieron en descubierta y ablandaron las defensas. Así, por ejemplo, en la noche del 14 al 15 de mayo comandos del SAS atacaron una pista aérea argentina en isla Borbón o Pebble y destruyeron 11 aviones, en su mayoría biturbohélices de ataque Pucará. Por fin realizaron un cauto aunque masivo desembarco a partir del 21 de mayo en el estrecho San Carlos, un sitio desolado y relativamente protegido por colinas del vuelo rasante de los aviones argentinos.
El general Menéndez admitió 20 años después: "La idea que se tenía sobre un ataque inglés era la de un desembarco anfibio (en la zona de Port Stanley) y no la de una guerra de sitio como la que se dio".
En tierra los argentinos mantuvieron una pasividad casi total, para sorpresa de los atacantes, que pudieron consolidar su cabeza de playa. Al final del conflicto los ingleses concluyeron que la defensa liderada por el general Mario Benjamín Menéndez, quien había adquirido fama de duro en la lucha contra la guerrilla izquierdista en la provincia de Tucumán, fue incompetente y no muy perseverante. Si bien los argentinos contaban en tierra con algunas unidades competentes y bien entrenadas, el grueso de la tropa -conscriptos de 18 años con escasa preparación- era un débil rival para las menos numerosas pero muy profesionales unidades de royal marines, paracaidistas, comandos del SAS, guardias escoceses y galeses y los Gurkhas de Nepal, que realizaban tareas de exploración.
DE SAN CARLOS A STANLEY. Pronto el estrecho San Carlos, el trasero del mundo, se transformó en un escenario de fantasía: colinas desiertas, aguas calmas y heladas con decenas de barcos de toda clase, miles de soldados británicos estableciéndose en tierra bajo la atenta mirada de los pingüinos y, de tanto en tanto, temerarios ataques de cazabombarderos argentinos A-4 Skyhawk de fabricación estadounidense y Dagger, de hecho un Mirage V francés, que volaban a baja altura y arrojaban sobre las naves grandes y viejas bombas que raras veces estallaban.
La Fuerza Aérea atacó casi hasta el agotamiento: hundió y dañó algunos buques, mató muchos tripulantes, perdió decenas de pilotos y aviones ante las defensas antiaéreas de los barcos y la respuesta de los Harrier, que merodeaban en las alturas, pero no provocó ni un rasguño a los soldados británicos en tierra.
-¿Cuándo se (dio) cuenta que la guerra estaba perdida? -preguntó un periodista de Clarín al general Menéndez en junio de 2002.
-Cuando los ingleses desembarcan el 21 de mayo en San Carlos y desde el continente se piden muchas cosas que usted sabe, e informa, que son imposibles. Me pidieron que lanzara un contraataque a San Carlos… -respondió el antiguo jefe militar argentino en las islas.
Los ingleses se aposentaron metódicamente, para desesperación de los oficiales de la Royal Navy, quienes siempre creen que la infantería se mueve demasiado lento. Y luego iniciaron una caminata imbatible por tierras eternamente pantanosas.
El 27 de mayo atacaron Goose Green (Prado del Ganso) y Port Darwin, al sur de San Carlos, el punto más fuerte del dispositivo argentino después de Port Stanley. Tras más de dos días de enfrentamientos el 2º batallón de Paracaidistas británico, unos 500 hombres, y sus fuerzas de apoyo respaldadas por cañoneo naval, doblegó a sus enemigos. Ambos bandos utilizaron también ataques por aire y perdieron aviones. Murieron 17 británicos y 50 argentinos, en tanto más de 200 hombres resultaron heridos. Unos 1.050 argentinos fueron tomados prisioneros y enviados a Montevideo para su liberación.
Luego los británicos caminaron más de 100 kilómetros, desde San Carlos hasta el perímetro defensivo de Puerto Argentino, sin mayores contratiempos, salvo algunas escaramuzas y una derrota sangrienta: Fitzroy.
Tropas del 2º de Paracaidistas y de los Guardias Escoceses y Galeses, mojados y helados, alcanzaron Fitzroy, a solo unos 30 kilómetros al sudoeste de Stanley. Pero antes de continuar rumbo al gran objetivo debían rodear una gran ensenada. Algunas tropas dieron esa vuelta, con gran sacrificio, pero los Guardias Galeses, para ahorrar tiempo y energías, se apretaron en buques de desembarco que llevaban nombres de dos de los legendarios caballeros de la Tabla Redonda: Sir Tristram y Sir Galahad.
El 8 de junio fue un día hermoso y por ello muy adecuado para incursiones aéreas. Después del mediodía dos A-4 y dos Dagger metieron sus bombas en los dos buques de desembarco y provocaron grandes incendios. Por fin la Fuerza Aérea argentina había atacado barcos repletos de tropas, el talón de Aquiles de los británicos, y no unidades de guerra de la Royal Navy. Los galeses padecieron 50 muertos, 57 heridos graves y casi un centenar de heridos de menor consideración. Fue el peor descalabro británico en la lucha en tierra. La televisión inglesa estaba allí y filmó las explosiones y las frenéticas maniobras para auxiliar a los soldados quemados en los incendios.
LA OFENSIVA FINAL. Los británicos cercaron la zona de Port Stanley y sus defensas establecidas en las alturas que la rodean, a las que ablandaron mediante ataques de artillería naval y terrestre y ataques aéreos. La ofensiva final se inició en la noche del 11 al 12 de junio. Unidades de la Royal Navy bombardeaban sin cesar las defensas argentinas en tanto aviones Harrier silenciaron una batería artillera argentina con bombas guiadas por láser, una tecnología entonces muy nueva.
Monte Longdon, una cresta de 180 metros de altitud que domina la capital de Malvinas y cerrojo clave de las defensas argentinas, fue tomada por el 3º de Paracaidistas en la noche del 11 al 12 de junio, tras diez horas de combate mortal. Los paracaidistas tuvieron 23 muertos; la cantidad de víctimas argentinas no está clara. Mientras tanto los Guardias Escoceses tomaron Monte Tumbledown y otras unidades británicas se hicieron de Monte Harriet, Dos Hermanas, Sapper Hill y Monte William, los otros picos que rodean Port Stanley. La pérdida de esas alturas significó el predominio total de la artillería británica, el repliegue desordenado y desmoralizado de los argentinos sobre el pequeño poblado que oficia de capital del archipiélago y el derrumbe de la resistencia.
El general Menéndez, sitiado, habló por radio con Galtieri. Éste le ordenó contraatacar, "sacar a los soldados de los pozos". Era irreal: las tropas argentinas se amontonaban en Stanley, cercadas por tierra, mar y aire y sin mucho ánimo de lucha. Entonces Menéndez se comunicó por radio con los británicos y pidió condiciones para el cese del fuego.
Hombres del 2º de Paracaidistas, los mismos que habían combatido en Goose Green, fueron los primeros en entrar al poblado. Se habían quitado sus cascos y puesto sus boinas rojas. Pero aun delante de ellos ingresó, con aire de turista para disimular su miedo, el periodista e historiador Max Hastings, entonces de 36 años, un corresponsal de guerra de la BBC que relató la campaña para el Standard y el Daily Express. Años después escribiría una de las narraciones más acreditadas sobre el conflicto.
Menéndez, comandante de las fuerzas argentinas, firmó el acta de rendición, en la que tachó la palabra "incondicional", a las 20:59, hora local, del 14 de junio ante el general Jeremy Moore, jefe de las fuerzas británicas en tierra. Los vencedores tomaron 11.845 prisioneros, a los que hicieron limpiar Port Stanley y los alrededores y luego los concentraron en el aeropuerto. Más tarde fueron devueltos a su patria en buques británicos que los transportaron a Puerto Madryn a partir del 19 de junio, en tanto los argentinos liberaron a Jeffrey Glover, piloto de un Harrier derribado el 21 de mayo que se reponía de sus heridas en el hospital militar de Comodoro Rivadavia.
Planes grandiosos para salvar al régimen.
El gobierno argentino, una dictadura sangrienta iniciada en 1976 con la destitución de María Estela Martínez, viuda de Juan Domingo Perón, padecía desde 1981 una economía hecha pedazos y una de las deudas públicas per capita más grandes del mundo. El régimen, que estaba sumido en una vasta corrupción, percibía el descontento popular y avizoraba un final infame. Su cúpula concibió entonces un gran gesto dramático, una acción militar que trastocara por completo el tablero político interno, despertara el fervor nacionalista y reforzara su base social.
La controvertida periodista italiana Oriana Fallaci espetó a Galtieri en una entrevista realizada en junio de 1982, poco antes del fin de la guerra: "La historia enseña que cuando las cosas van mal en una sociedad, en un país, aquellos que están en el poder hacen la guerra: así el pueblo se excita completamente y olvida los fracasos, los golpes, los crímenes de quienes gobiernan".
De hecho, el 30 de marzo de 1982, dos días antes del desembarco en Malvinas, el centro de Buenos Aires fue escenario de protestas por la situación económica, seguidas de una violenta represión. Tras la ocupación de las islas, tres días después, un número muchísimo mayor de manifestantes, tal vez 150.000, vitoreó al gobierno. Fue el momento de gloria del teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri, nieto de inmigrantes italianos que, miembro de la junta militar, oficiaba de presidente de la República.
Los militares argentinos habían estado a punto de lanzar un ataque contra Chile en diciembre de 1978 por el canal de Beagle, en el extremo sur del continente. En los años siguientes el gasto militar y la altivez del régimen siguieron en ascenso. El fantástico gesto nacionalista se haría inicialmente contra Gran Bretaña -antes de que se cumplieran 150 años del inicio de la colonización inglesa de Malvinas- y luego, si todo salía bien, contra Chile en el Sur. La historia argentina registraría una hazaña sin igual, acorde a los sueños de grandeza de la sociedad.
El fervor argentino llegó a imporvisar
El fervor del pueblo argentino empujó a su gobierno más allá de sus planes. Galtieri arengando a la multitud en Plaza de Mayo podría parecer de opereta o un estadista en un día histórico, según se mire; pero el chauvinismo que de tanto en tanto explota en Argentina, esa recurrente escalada emocional colectiva, fue un hecho muy real. A posteriori el dictador argentino pareció más un Duce en Piazza Venezia, como para confirmar la vieja afirmación del novelista francés André Malraux: Buenos Aires es la capital de un imperio que no existió jamás.
El general Mario Benjamín Menéndez, gobernador militar de Malvinas durante la ocupación y responsable de su defensa, admitió en una entrevista publicada por el diario Clarín en junio de 2002 que "se llevó a cabo un acto militar que debía motivar una negociación política. Lamentablemente, los supuestos no se dieron". Según Menéndez, cuando los cálculos se demostraron erróneos, la nota dominante fue la improvisación: "Hubo un apuro muy grande. Eso conlleva problemas de equipamiento militar y estratégicos. Los planes eran sólo para la ocupación y cinco días más. El resto no estaba preparado, no estaba estudiado".
Los argentinos amontonaron de apuro más de 13.000 soldados en las islas, el 70% en torno a Puerto Argentino, designación que dieron a Port Stanley. El frío, el viento y la humedad eran intensos. También amontonaron armas, pero los jóvenes reclutas (conscriptos) estaban mal equipados, mal alimentados y peor dirigidos. Los mandos también optaron por no alargar la pista del aeropuerto de Port Stanley, lo que impidió actuar desde allí a sus principales aviones de combate.
El bloqueo de las Malvinas por la flota británica, demostrado de manera drástica por el hundimiento del crucero Belgrano, obligó a los argentinos a abastecer sus fuerzas solo por vía aérea. Fue una tarea titánica que superaba sus capacidades.
Diferente aunque igualmente difícil fue la situación de los británicos, pese a que contaban con más medios. Debieron crear un flujo masivo y constante entre Gran Bretaña y la isla Ascensión, desde la que establecieron un fantástico puente aéreo y un expreso naval para abastecer a la Task Force que operaba en torno a Malvinas. Fue una de las operaciones logísticas más complejas de la guerra hasta entonces aunque, gracias a las acciones de la Segunda Guerra Mundial, incluido el desembarco en Normandía, experiencia no les faltaba.

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